Es profundamente emotivo y refleja con mucha sensibilidad el vínculo inquebrantable entre Omar Geles y su madre, doña Hilda. A través de anécdotas, recuerdos y palabras cargadas de amor, se construye un homenaje no solo al artista, sino al hijo devoto que nunca dejó de valorar sus raíces ni el calor de su hogar.
“Los Caminos de la Vida” y el sabor eterno del amor maternal
“Por ella lucharé hasta que me muera / Y por ella no me quiero morir…” Así comienza una de las estrofas más memorables de la canción Los Caminos de la Vida, compuesta por el inolvidable Omar Geles. Y es que esas líneas, más allá de ser letras pegajosas de un éxito vallenato, hoy resuenan como una declaración de amor eterno a su madre, Hilda Suárez, la ‘Vieja Hilda’, quien a sus 87 años enfrenta con una dignidad conmovedora la pérdida de su hijo adorado.
“Dios se lo llevó antes que a mí, pero lo más gratificante es que siempre me amó, me besaba, me abrazaba… Sus visitas eran constantes en casa”, cuenta doña Hilda, con los ojos empañados por el dolor, pero también con el alma henchida de orgullo.
La relación entre Omar y su mamá fue una historia de amor familiar escrita con canciones, abrazos y recuerdos sencillos. En entrevistas y conciertos, no era raro escuchar al cantautor mencionar a su madre con una ternura infinita. “Ella es mi inspiración”, decía sin reservas. Y en su memoria viven momentos tan simples como sagrados: los almuerzos en familia, las palabras de aliento, las visitas espontáneas, los pasteles…
El sabor que sabe a hogar
Sí, los pasteles. Para muchos, un plato típico. Para Omar, un símbolo de hogar, de infancia, de la calidez inalterable del amor materno. Eran, según él, “los mejores del mundo”. No por sofisticados, sino porque venían sazonados con ese ingrediente intangible que solo las madres saben usar: el amor.
“Un día me dijo en broma: ‘Mamá, estos pasteles usted los vende muy baratos. Vamos a ponerlos a 20 mil pesos, pero con una libra de carne cada uno’”, recuerda Hilda con una sonrisa melancólica. Cuatro días antes de su partida, Omar saboreó su último pastel y no se cansaba de repetir lo mismo: que el sabor era incomparable, que lo que tenía en las manos su madre no se podía igualar.
Un legado que trasciende la música
Hoy, esos pasteles trascienden su receta: son una herencia de amor, un testimonio de la conexión eterna entre madre e hijo. Son, quizás, la expresión más simple y poderosa del arraigo que Omar sentía por su madre, por su hogar, por su vida antes de la fama.
Doña Hilda no solo crió a un juglar del vallenato. Crió a un hombre agradecido, a un hijo que supo devolver cada sacrificio con canciones, besos, abrazos y recuerdos que hoy viven en la memoria de quienes lo amaron.
Porque al final, los caminos de la vida no son como los esperábamos, pero hay amores que ni la muerte puede callar. Y el de Omar por su madre —como el sabor de sus pasteles— es uno de ellos.